Mar., 1998: CubaNet. Mar. 11, 1998: Newsgroup soc.culture.cuba. Abr., 1998: cap. 7 del libro "Cuba comunista después de la visita papal" (Por la Libertad de Cuba, Miami, Abr. 1998).

Una cena con el dictador Castro

Por Gonzalo Guimaraens

La Habana, lunes 26 de enero de 1998, 22 horas. Ha pasado un escaso día de la partida del Papa y, en un antiguo caserón de la capital, Fidel Castro cena con cuatro especialistas en asuntos religiosos. Todos son seguidores de la teología de la liberación. Uno de ellos --"eminencia gris" del dictador en la estrategia revolucionaria hacia los católicos cubanos-- ha presentado al grupo como "la banda de los cuatro".

Castro se muestra sumamente relajado, y hace un balance decididamente positivo de la visita papal: "Ha sido un triunfo de la Revolución, tanto en el interior del país cuanto en el exterior", insiste, pues se frustraron las expectativas de "los que esperaban asistir a una caída del muro".

El dictador, valiéndose de eufemismos como "la madurez de nuestro pueblo", "la plena gobernabilidad del país", "el consenso popular de que goza la revolución", etc. se vanagloria de la efectividad del miedo y la represión aplicados científicamente sobre un pueblo indefenso, durante cuatro décadas: no ocurrió ni la "rebelión" ni el "desorden" colectivo que los dirigentes comunistas temían.

Los comensales comparan esta visita con la del Papa a Nicaragua, y concuerdan: "La principal diferencia consistió en que, en Nicaragua, a la condena política y teológica de la Revolución le correspondió un tono decididamente agresivo y un rostro constantemente enojado", habiéndose caracterizado en el interior de ese país y a nivel internacional "como una confrontación entre el Papa y la revolución sandinista".

El buen humor de Castro no se altera ni siquiera cuando su "eminencia gris" le hace notar la contradicción en que incurrió en el discurso de bienvenida, al afirmar que los enfrentamientos con la Iglesia "no han sido nunca culpa de la Revolución". En efecto, continuó su interlocutor, en el libro "Fidel y la Religión" el dictador dice lo contrario, reconociendo los "errores" estratégicos cometidos en relación a los creyentes.

Los invitados se permiten plantear al anfitrión algunas "perplejidades" de fondo sobre el futuro de las relaciones entre la Iglesia y la Revolución: "Debido a la radical contraposición entre la cultura de la revolución y la de la cristiandad, términos comunes a una y otra, como amor, valores morales, solidaridad, paz, liberación, derechos humanos, etcétera, acaban por tener sentidos muy distintos". Lo cual, si no excluye la colaboración en el terreno práctico, hace "muy difíciles, y tal vez imposibles, las convergencias en el terreno ideal, ético y político, auspiciadas por el comandante".

Castro no se inmuta delante de una objeción de tanto sentido común, de cómo conciliar el agua con el aceite, afirmando en tono tranquilizador que las profundas diferencias que existen entre él y el Papa en el terreno filosófico y religioso "no excluyen una convergencia, teórica y práctica, en el terreno moral y social". Y explica que llegó a estas conclusiones "después de largas lecturas de los documentos eclesiásticos de los últimos años" donde se abordan "temas que eran otrora propios de la teología de la liberación".

Castro reafirma su confianza en el "aporte ético y político" de la teología de la liberación para apuntalar a la Revolución. Y los convidados coinciden en que "la confluencia entre un marxismo humanista (sic) y un cristianismo liberador" puede constituir una "alternativa" a los sistemas basados en la propiedad privada.

Al final de la cena, Castro no contiene su antirreligiosidad rancia cuando asevera que "no reconoce" el papel mayoritario en la población que la Iglesia se atribuye; y que, por ello, excluye categóricamente "que en el futuro la Iglesia católica pueda gozar de un trato privilegiado". Más aún: a las preguntas de sus convidados "sobre el futuro de las relaciones entre la Iglesia católica local y la Revolución", el dictador responde con una amenaza: "Todo depende de la actitud que asumirá la Iglesia y de las consecuencias que ella sacará de la visita del Papa".

O sea, si de Castro depende, los católicos sólo tendrán un remedo de libertad... para colaborar con la Revolución.

Son las 2 de la madrugada. Los cuatro invitados se despiden de su anfitrión, perdiéndose en las sombras tristes y tenebrosas de la noche habanera.

Me he limitado al papel de cronista.

Esta cena ocurrió en la realidad, en el día y hora indicados. La "eminencia gris" es Fray Betto, dominicano brasileño, íntimo amigo y viejo asesor de Castro en materias religiosas. El segundo convidado es el teólogo italiano Giulio Girardi, quien posteriormente levantó un acta de lo conversado, publicada recientemente en "El País" de Madrid; Girardi afirma que el acta no es literal, pero sí "substancialmente fiel". Los otros dos asistentes fueron un brasileño y un belga, ambos sociólogos de la religión. Al estimado y perspicaz lector dejo la colaboración más importante: los comentarios y la interpretación.

Gonzalo Guimaraens es analista político uruguayo. E-mail: cubdest@cubdest.org