Diario Las Américas, Mayo 27, 1999, p. 5-A

 

Luis Mario, "el bueno", le contesta

a Uva de Aragón

Por Luis Mario

En tu artículo "Reflexiones cubanas", lejana Uva, me dedicas un párrafo en el
que me adjudicas el adjetivo de "bueno". Gracias. También hablas de la nota
que me enviaste. La recibí y es verdad, fui descortés al no llamarte. ¿Qué me
sucedió...?
Me sucedió algo que tal vez no te hubiera dicho nunca, y si ahora lo hago
públicamente es porque me obligas a ello. Si mal no recuerdo me decías que
querías hablar conmigo sobre tu viaje a Cuba porque las cosas no eran a veces
como parecían. Imagínate, con ese anticipo, los deseos que podría tener yo de
hablar contigo. Si hubieras buscado otro tema, incluso hasta el de la Poesía,
te hubiera llamado. Pero para hablar de tu viaje... ¡por favor!
Otra cosa que dificulta nuestra comunicación es ese abismo inmenso que separa
tu pensamiento del mío. Y no sólo en relación con Cuba. Siempre que surge una
polémica por cualquier asunto, antes de que escribas, ya yo sé cuál es tu
opinión, porque de forma invariable es totalmente opuesta a la mía. Y claro
que tienes el sagrado derecho a expresar libremente lo que piensas, como
también los demás tenemos el de discrepar.
Por ejemplo: cuando el 23 de junio de 1989 la Corte Suprema de Estados Unidos
dictamina que la Primera Enmienda de la Constitución ampara a quien queme una
bandera estadounidense, yo me horrorizo. Es absurdo, suicida, que un país no
proteja sus respetables símbolos nacionales, que nada tienen que ver con la
política. Tu opinión, Uva, es todo lo contrario.
Cuando se cuestiona si es lícita la pena de muerte, y veo a un Theodore Bundy
que tortura a mordidas, viola y asesina a 36 jóvenes estudiantes; cuando veo
el caso de un padre divorciado que le inyecta el virus del SIDA a un hijo
para no tener que pagar por su alimentación, aplaudo la pena capital. La
sociedad tiene el derecho a defenderse de las bestias con apariencia humana.
Tu opinión, Uva, es todo lo contrario.
Cuando se plantea el embargo a Cuba, como un arma contra Fidel Castro, yo lo
apoyo. Igual se hizo con Rodesia (Zimbabwe), con Sudáfrica y con el Haití de
Cedras a beneficio del equívoco de Aristide. Yo estoy a favor del embargo
sobre todo por la desesperación que tienen los comunistas cubanos de que se
lo quiten, y ellos sí que nunca se equivocan en lo que les conviene. Además,
esa medida beneficiaría al gobierno castrista y jamás al pueblo cubano. Tu
opinión, Uva, es todo lo contrario.
Si continúo con nuestras diferencias no termino nunca, pero eso justifica que
cuando te diriges a mí con la intención de hablarme de tu viaje a Cuba,
tropieces con mi silencio. ¿Qué puedes decirme? ¿Vas a relatarme tus paseos
habaneros? Allá no fuiste como otras desdichadas personas a visitar a una
madre enferma o a un hijo hambriento. Según tus palabras, tuviste la
oportunidad de reunirte con diversos grupos de profesores y académicos,
algunos con "un alto nivel de profesionalismo". Muy ingenuo tiene que ser
quien no vea en ellos a servidores del régimen. ¿Qué enseñan en las aulas?
¿Libertad democrática o marxismo esclavista? Y una última interrogación: ¿Qué
"nivel de profesionalismo" encontraste entre los opositores y los periodistas
independientes, que andan con la espada de Damocles de la represión sobre la
cabeza? Esos... esos no existieron para ti en tu viaje a Cuba.
Por otro lado, tu deseo de que hablemos parece gravitar en un poema y un
artículo que yo escribí y que, según dices, no tuve "la cortesía de
dedicártelos directamente", sino que te aluden sin nombrarte. ¡Acabáramos!
¿No les dejas ni un mínimo de responsabilidad por mis escritos -no políticos,
sino patrióticos, que es algo bien distinto- a otros que piensan igual que
tú? No es una virtud creerse el centro del mundo. Eso me recuerda una
anécdota de Charles De Gaulle, que tenía fama de ser la antítesis de la
modestia y, según se dice, un día le envió flores a una imagen de Jesucristo
con una tarjeta que decía: "Del primer hombre de Francia al segundo de la
Santísima Trinidad..."
Por muchos eufemismos que uses en cuanto a la reconciliación, los desterrados
no tenemos que reconciliarnos con nuestros infelices compatriotas que viven
avasallados en Cuba, porque nunca hemos sido enemigos. Todos, ellos y
nosotros, somos víctimas de un mismo caudillaje. Con quien sí es inconcebible
cualquier tipo de diálogo o de acercamiento es con quien se apropió de
nuestro país como si fuera una hacienda. Si no le ha sido fácil mantenerse
como dueño absoluto durante 40 años se debe a la vocación de libertad de los
cubanos, aprendida en las prédicas martianas. Esa resistencia lo ha llevado a
matar a mansalva, a multiplicar las prisiones políticas, a provocar
escapatorias masivas para bajar --las tensiones de las protestas, a ahogar la
más leve señal de expresión libre del pensamiento, a condenar a un pueblo a
prostituirse para malamente poder sobrevivir, a erradicar a Dios por decreto.
Ahora ese señor, al verse atrapado por la historia, acude con su desvergüenza
habitual al mismo pueblo que, maltratado, vejado, humillado por él, logró
salir con vida de su finca personal. Esa finca es tu patria, Uva. Y es
también la patria mía. Visitar aquella tierra en son de paz es negar que el
exilio existe. Es ayudar con nuestra presencia y nuestros dólares al hombre
que, por robárselo todo, se robó hasta la risueña tranquilidad de los
cubanos. Y lo que es peor: volver a Cuba con una sonrisa voluble colgada del
maletín de viaje, es decirle a la humanidad: "Aquí estoy otra vez. Nada ha
sucedido. Borrón y cuenta nueva. El gusano de ayer se transformó en la
comprensiva, perdonadora crisálida de hoy..."
Primero muerto.

 

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Mayo 29, 1999: Diario Las Américas

Reflexiones cubanas

por Uva de Aragón

Los primeros veinte años de exilio fueron muy dolorosos, especialmente
por la casi total falta de comunicación con Cuba. Aquellos que dejaron
atrás a padres, hermanos u otros familiares cercanos muchas veces
pasaron largos años sin volverlos a ver. No fueron pocos los casos en
que la muerte llegó antes que el reencuentro familiar. Sin embargo,
cuando en 1979 se permitieron los viajes de la comunidad, la gran
mayoría de los líderes del exilio se opuso a ellos. Esgrimían razones
de orden ética, moral, política, estratégica. Pero los cubanos de a pie
desoyeron las exaltaciones patrióticas y regresaron a sus pueblos
cargados de regalos y fotografías que atestiguaban sus éxitos en los
Estados Unidos. Uno de los resultados de estos viajes fue el incidente
de la Embajada del Perú y el éxodo en masa por el Mariel, uno de los
momentos más difíciles para el régimen de La Habana.
La distancia entre el discurso oficial y la conducta individual en el
exilio ha continuado desde entonces. Se esgrimen mil y una razón para
mantener y fortalecer el embargo; pero son los cubanos quienes lo violan
sistemáticamente al enviar cantidades significativas de dólares a sus
familias en la isla. Se trata sólo de dos ejemplos de muchos otros
posibles que ilustran la brecha entre las voces predominantes en el
destierro y la masa de hombres, mujeres y niños que residen en Hialeah,
Westchester o Union City pero que viven con el oído y el corazón puesto
en Cojímar, Manzanillo o Bauta.
Este distanciamiento se intensifica con respecto a la realidad cubana.
Una gran cantidad de exiliados mantienen una visión totalmente
esquematizada de la isla. Todo lo de allá es malo; lo de acá es bueno.
Allá han acabado con la historia; acá la conocemos. Allá han destruído
la cultura; acá la preservamos. Allá no hay educación; acá sí. Allá
todo el mundo pasa hambre; acá abundan las oportunidades. Allá todo está
destruído; acá nos sentimos orgullosos de nuestros logros. Allá Satanás;
acá los cubanos buenos. Por tanto, todo elogio a los cubanos de la isla
se convierte a oídos de estas personas en un halago al mismísimo diablo..
Incluso el reconocimiento de las bellezas naturales de la isla se
interpreta como una distorsión de la realidad. El reencuentro con los
lugares de la infancia se pone en entredichos porque "en Cuba todo está
destruído" (cuando lo cierto es que nada nuevo "está construído.") Los
que han faltado del país por casi cuarenta años desmienten con
vehemencia lo que narran los que han visitado la isla y visto la
realidad con sus propios ojos.
Es más. No importan las credenciales del viajero. No cuenta que haya
dedicado años de su vida a denunciar las violaciones de los derechos
humanos, no cuenta que haya comparecido ante parlamentos y cancillerías,
no importa que haya pergeñado cuartillas y cuartillas a favor de la
libertad de Cuba, basta que pise la isla para que se le acuse, cuando
menos, de ingenuidad política e indiferencia al dolor de sus
compatriotas.
Escribo estas cosas con tristeza. Respeto a quien opte por no regresar
a Cuba bajo al actual régimen aunque nunca más vea la tierra natal. Lo
comprendo perfectamente porque hasta hace pocos años compartía esa
posición. El contacto con cubanos de la isla me ha llevado en los
últimos años, sin embargo, a comprender la importancia de tender
puentes, de que los cubanos nos vayamos conociendo, perdonando,
compenetrando, soñando juntos con un proyecto nacional que nos incluya a
todos. No todos piensan igual. Está bien. Tampoco yo creo en quemar las
campos de Cuba, ni en pelarse a rape en señal de solidaridad, ni en
hacer huelgas de hambre para que devuelvan una embarcación. Pero amo
demasiado la libertad individual para no aplaudir el derecho de cada uno
a expresar su opinión, aunque sea contraria a la mía. Por eso en la
mayoría de los casos no contesto Cartas el Editor publicadas en estas
páginas que expresen honestas discrepencias con mis columnas.
Me sorprende, sin embargo, el tono apasionado y casi ofensivo de dos de
mis colegas de estas páginas. El bueno de Luis Mario, por ejemplo, que
suele dedicarse a temas líricos y no políticos, me dedica un poema y una
artículo, y ni siquiera tiene la cortesía de hacerlo directamente, sino
que me alude sin nombrarme. Tampoco es capaz de tomar un teléfono o
contestar siquiera una nota mía personal en que lo invito a que
conversemos. Entre otros cosas, Luis Mario se siente incapaz de visitar
la biblioteca del congreso en La Habana por temor a verse rodeado de
textos marxistas, cuando en realidad, poeta, en esos bellos salones hay
una hermosa coleción de libros cubanos. Y ¿sabes por qué? Porque en la
isla, a pesar de todos los pesares, todavía hay muchos compatriotas de
la más raigal cubanía.
La siempre dulce Maria Elena Saavedra, que rara vez se involucra en
temas políticos, me reprocha haberme comida un "flancito" en Cuba
cuando hay tantos hornos vacíos... Se me escapa la diferencia entre
comerse el típico postre en la Habana o en el Versalles. ¿Cómo puede un

exilio bien nutrido, que disfruta anualmente de los carnavales a lo largo de la
Calle Ocho, que paga a precios elevados recuerdos nostálgicos de la Cuba
de ayer, muchas veces "Made in USA", ofenderse porque uno acepte, en
este caso de una familia tan modesta como generosa, un dulce casero?
¿Qué te hace pensar, mi querida Maria Elena, a ti que me entrevistaste
desde que apenas adolescente publiqué mi primer libro, que yo pueda
viajar a mi Patria ajena al dolor de los míos? ¿Es que tenemos en el
exilio el monopolio del sufrimiento? ¿Es que las penas cubanas no están
en las casas de mis primos, en las calles de La Habana, en los hogares a
donde llevé una carta de un pariente, una palabra de cariño, un libro de
poemas, un abrazo fraterno, un pomo de vitaminas para un niño, una
medicina para una anciana?
Escribo con tristeza. No está en mi ánimo polemizar. Respeto otros
puntos de vista, pero me pregunto con angustia, si entre personas que se
conocen, y, creía yo, se profesaban afecto, puede de un momento a otro
surgir tal ciega pasión, ¿podremos los desterrados aspirar a contribuir
-- no en un futuro lejano, sino en el presente-- a la reconciliación de los

cubanos y la reconstrucción moral de la Patria? Son interrogaciones a
meditar.

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