Marzo 26, 2002: Diario Las Américas, Miami

Ginebra: condenar a Cuba y China, una obligación de conciencia

"¿Cómo entender que el gobierno de Brasil -con su influyente cancillería, Itamaraty- junto con los gobiernos de México, de Colombia, de Perú y de Ecuador continúen, año a año, con una política propia de Pilatos en relación al drama cubano, lavándose las manos con un voto de abstención?" "En Ginebra, condenar a Cuba y a China es una obligación de conciencia. Abstenerse, es hacer el triste papel de Poncio Pilatos y quedar indeleblemente marcado por su estigma"

Por Armando F. Valladares

El 18 de marzo comenzó el 58o . período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la ONU, en Ginebra. El 25 de marzo, fecha en que envío este artículo al DIARIO LAS AMÉRICAS, no se sabe aún cuáles de los más de 50 gobiernos allí representados se animarán a presentar mociones de condena por las afrentosas violaciones de los derechos de Dios y de los hombres en Cuba y en China. Son 12 millones de cubanos aprisionados en la isla-cárcel desde hace 43 años y 1.200 millones de chinos asfixiados detrás de una "gran muralla" comunista de vergüenza, opresión y sangre, durante un período más largo aún.

La sola mención de estas flagrantes situaciones de injusticia institucionalizada, de estas dos horribles llagas que comenzaron a supurar en el siglo XX y contaminaron el siglo XXI, debería ser suficiente para levantar un clamor mundial. Sin embargo, ello no parece sensibilizar hasta el momento a las delegaciones que, además de Cuba y de China, están reunidas en Ginebra.

Se explica que China y Cuba, irónicamente miembros de una Comisión cuyo objetivo es defender los derechos humanos, no se interesen en condenarse a sí mismas. Se explica que Libia y Sudán, también miembros de dicha Comisión -regímenes "talibánicos" que amparan el terrorismo y se asemejan con los dos anteriores por llevar a cabo una persecución implacable contra los cristianos- no se interesen en condenar a los gobiernos comunistas. Se explica que el comuno-talibánico presidente Chávez, de Venezuela, dé orden a su embajador en Ginebra para que se solidarice con esos regímenes.

¿Pero dónde están los gobiernos hermanos latinoamericanos, de los cuales se esperaría una pronta y categórica condenación? ¿Cómo entender que el gobierno de Brasil -con su influyente cancillería, Itamaraty- junto con los gobiernos de México, de Colombia, de Perú y de Ecuador continúen, año a año, con una política propia de Pilatos en relación al drama cubano, lavándose las manos con un voto de abstención? ¿Qué actitud tomará el gobierno de Chile, encabezado por el socialista Lagos, que este año pasó a integrar la Comisión de Derechos Humanos? El año pasado, Venezuela votó a favor de Cuba. En sentido contrario, de manera meritoria, los gobiernos de Argentina, Costa Rica, Guatemala y Uruguay condenaron al régimen de La Habana.

Por otro lado, ¿qué está pasando con los gobiernos europeos, varias de cuyas naciones sufrieron en carne propia la agresión comunista? ¿En qué pie queda, en esos gobiernos, la tan mentada defensa de los "derechos humanos"? ¿Será que en un mundo en que se ha pasado a defender con énfasis creciente los "derechos" de animales y hasta de plantas, esos millones de chinos y de cubanos no tienen "derechos", o éstos valen tan poco precisamente por ser "humanos"?

Cuando, poco después de haber salido de las mazmorras comunistas de Cuba, el presidente Reagan me honró con el cargo de embajador norteamericano ante la Comisión de Derechos Humanos, en Ginebra, sentí en carne propia cuán dura es esa costra, mezcla de indiferencia y complicidad. Ya no estaba más frente a mis verdugos que diariamente me torturaban en las cárceles cubanas, junto a millares de otros presos políticos, pero sí delante de muchos diplomáticos que con su apatía, sus pusilanimidades, sus complicidades y su cinismo producían en mi alma de cubano y de amante de la libertad torturas tanto o más dolorosas que las físicas.

Gracias a Dios, debo reconocerlo, durante mi gestión hubo diplomáticos y gobiernos que se sensibilizaron con el drama cubano. Y así, por primera vez, Cuba comunista fue condenada como merecía. Algo que ocurrió reiteradas veces en años posteriores, inclusive el año pasado, con una victoriosa moción de condena presentada por el gobierno checo, a pesar de las presiones y chantajes cubanos, especialmente, contra naciones latinoamericanas.

Sin embargo, recurriendo a artificios reglamentarios, y valiéndose de las mismas pusilanimidades de tantas representaciones gubernamentales, China comunista ha conseguido sistemáticamente ser absuelta.

Este año, se sabe que las presiones chino-cubana están siendo mayores, de manera directamente proporcional al aumento del drama de los desdichados habitantes de ambas naciones. Una prueba de ello es la demora en que aparezca algún gobierno que tome a sí la denuncia de ambos regímenes opresores.

Hago un llamado a los gobiernos latinoamericanos, europeos y del mundo entero, representados en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, para romper con ese "muro" de indiferencia, de complicidad y de vergüenza, condenando sin eufemismos a Cuba y a China. Esta censura a los regímenes comunistas -intrínsecamente perversos, según los califica la doctrina de la Iglesia- es una obligación de conciencia, por encima de los intereses económicos, de los compromisos políticos y de los chantajes de diverso orden.

Mis reproches pueden sonar poco diplomáticos, demasiado duros y, para algunos, hasta exagerados. Sin embargo, ellas se basan en constataciones históricas y en la realidad actual. Para desmentirme, que esos eventuales objetantes, cuyos gobiernos estén representados en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, lo hagan con hechos y no con palabras huecas. Obtengan ellos una categórica condena a Cuba y a China, y me comprometo anticipadamente a reconocer públicamente ese mérito, como lo acabo de hacer con los gobiernos latinoamericanos que votaron el año pasado contra la dictadura castrista.

En este momento, según ha filtrado desde la isla-cárcel de Cuba, grupos opositores pacíficos hacen ayunos y oraciones para que los gobiernos miembros de la Comisión de Derechos Humanos no cedan a las presiones de Cuba comunista y de sus aliados, y tomen una actitud coherente con la verdad. Ese emocionante clamor de opositores indefensos, contrasta con la inexplicable actitud del Cardenal Arzobispo de La Habana, Mons. Jaime Lucas Ortega y Alamino quien, usufructuando de la "libertad" de palabra con la cual premia el régimen a quienes lo favorecen, ha pedido al gobierno chileno que en Ginebra no condene a Cuba castrista; el mismo Pastor que ha empujado al rebaño católico cubano a ingresar al Partido Comunista de Cuba (PCC); o sea, a no sólo entregarse a las fauces del lobo rojo sino a colaborar con él. Mientras tanto, un grupo de valientes sacerdotes del Oriente cubano ha denunciado la "eficacia diabólica" del régimen en el control de la población. Y el obispo cubano desterrado, Mons. Agustín Román, junto con pedir perdón a las naciones latinoamericanas y en particular a Colombia por "la violencia marxista salida de Cuba", acaba de advertir que "mientras las doctrinas del terror estén vivas en Cuba, no habrá paz en América".

Argumentar que no se deben hacer presiones públicas sobre Cuba y

China porque sería contraproducente, es negar la realidad. Baste recordar, a modo de ejemplo, que fueron esas presiones las que hicieron que en 2001 el dictador Castro liberara inmediatamente a dos niñas secuestradas, Sandra Becerra y Anabel Soneira, cuyos padres cubanos las reclamaban desde Brasil. Baste mencionar la reciente declaración del obispo coadjutor de Hong Kong, Mons. Joseph Zen, transcripta por Zenit y por Avvenire, órgano del episcopado católico italiano, diciendo que el régimen chino, a pesar de una apariencia de inmutabilidad, es sumamente sensible a las denuncias sobre derechos humanos: "Pekín es sensible, fingen no darle importancia, en realidad tienen miedo. Sabemos que tienen miedo. Conviene hablar".

Alegar que condenar a China y a Cuba perjudicará el intercambio comercial, la consecuente liberalización económica que ello supuestamente produciría y, por ende, la liberalización política de ambos regímenes, es negar igualmente la realidad de los hechos. Según advirtió recientemente la directora del Centro para la Libertad Religiosa, con sede en Washington, después de que China fue admitida en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de que se le concediese la sede de las Olimpíadas de 2008, "las cosas han empeorado" en materia de derechos humanos. En Cuba, las cuantiosas inversiones extranjeras, notadamente de México, España, Francia, Brasil e Inglaterra, tampoco han conseguido nada en materia de libertades; lo que sí han obtenido es fortalecer económicamente al régimen y lucrar con el trabajo semi esclavo -contemplado en la Ley de Inversiones Extranjeras- en uno de los episodios más censurables, más inmorales y más silenciados de la llamada globalización.

Absolver a China comunista significará dejar librados a su propia suerte a ancianos obispos católicos, a jóvenes y viejos sacerdotes, así como a incontables fieles que, según la agencia vaticana Fides, se encuentran en estos instantes encarcelados; siendo que de muchos de ellos ni siquiera se sabe en qué mazmorra yacen. Esa absolución también significaría dejar impunes las torturas que se están ejerciendo contra fieles cristianos para que delaten a sus líderes, de acuerdo con noticia divulgada por The Times, de Londres, y reproducida por la agencia católica Zenit.

Colocar en pie de igualdad por un lado al terrible embargo interno -político, económico, psicológico y religioso- que el régimen cubano ejerce contra la población y, por otro, el llamado embargo norteamericano, significa desconocer que el primero es la causa real de los males de Cuba; y el segundo, un efecto o, si se quiere, un remedio cuyas propiedades terapéuticas pueden ser discutibles. De cualquier manera, en Cuba comunista, la miseria que asfixia al pueblo no es causada por el "embargo" americano sino por el propio sistema socialista, que niega la propiedad privada y la libre iniciativa.

Atenuar una condena a Cuba y a China alegando supuestos "logros" en materia de salud y educación (como, en el caso de Cuba, lo han hecho el actual mandatario brasileño y, como no podía dejar de ser, el Cardenal de La Habana) es desconocer que ambos son instrumentos de manipulación mental y psicológica sobre los desdichados cubanos.

En Ginebra, condenar a Cuba y a China es una obligación de conciencia. Abstenerse, es hacer el triste papel de Poncio Pilatos y quedar indeleblemente marcado por su estigma.

Armando Valladares, ex preso político cubano, autor del libro "Contra toda esperanza", fue embajador norteamericano ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, durante las administraciones Reagan y Bush.

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