Editorial del CubDest, Sept. 22, 2001

El test del terror y la supervivencia de Occidente

Estamos en presencia de una alianza entre las izquierdas remanecientes del comunismo y los movimientos radicales musulmanes, en la cual el dictador Fidel Castro cifra sus expectativas

Los sangrientos episodios de terror del 11 de septiembre pp., ocurridos simultáneamente en Nueva York y Washington, pueden ser considerados bajo ciertos aspectos como un gigantesco test sobre el estado de la opinión pública norteamericana y mundial, efectuado por fuerzas anticristianas decididas a destruir a Occidente.

Tal como demostró el estratega alemán Karl von Clausewitz, el objetivo principal de una guerra es eliminar en el adversario la voluntad de resistir. Desde ese punto de vista, el atentado del 11 de septiembre dejó en evidencia, en medio de la tragedia, una realidad animadora para Occidente y sin duda incómoda para sus adversarios: sobreponiéndose al dolor, a la incertidumbre y a las irreversibles modificaciones de la vida cotidiana, la enorme mayoría del pueblo norteamericano reaccionó con un espíritu patriótico y una determinación de resistir al enemigo, con una intensidad difícil de prever antes de dichos ataques.

Mientras tanto, en América Latina se observa un fenómeno que inspira aprensión: pasado un primer momento de horror y de consecuente solidaridad con las víctimas, la opinión pública está sufriendo una sutil pero efectiva presión de las izquierdas, a través de medios de comunicación, para culpar de lo ocurrido a los Estados Unidos, presentándolo como víctima de sus propias agresiones.

Para intentar obtener tan inaceptable transposición de papeles se puso inmediatamente en funcionamiento el mismo mecanismo que tantas veces ha sido usado para absolver al régimen comunista de Cuba y poner en el banquillo de los acusados tanto a los desterrados cubanos cuanto a los Estados Unidos. El mismo juego dialéctico usado por las izquierdas entre las décadas del 60 y el 80 para justificar la sangrienta ofensiva de las guerrillas procastristas en el continente.

Lamentablemente, no han faltado voces eclesiásticas que, independientemente de sus intenciones, se están prestando a ese peligroso juego. Por ejemplo, el influyente arzobispo brasileño Mons. Luciano Mendes de Almeida, quien ha ocupado cargos de destaque en la Conferencia de Obispos Católicos de Brasil y en el CELAM, llegó a afirmar sobre los atentados del 11 de septiembre: "Es por causa de la extrema pobreza y de la dominación de algunos países sobre los demás, que acontecen desatinos de esta naturaleza".

Dicho fenómeno está ocurriendo con mayor intensidad en América Latina, pero también se siente en Europa y en los propios Estados Unidos, con la colaboración de la misma máquina que favorece a los llamados movimientos anti-globalización. En el orden concreto de los hechos estamos en presencia de una alianza entre las izquierdas remanecientes del comunismo y los movimientos radicales musulmanes, en la cual el dictador Fidel Castro cifra sus expectativas de supervivencia.

Todo ello nos conduce a un tema fundamental, en el cual hemos insistido incontables veces, cuando se trata de la defensa de Occidente y de la causa de la libertad de Cuba: la importancia del aspecto publicitario. En efecto, parece exagerado decirlo a la vista de la capacidad destructiva del terrorismo, pero en realidad la batalla decisiva continúa siendo en el campo psicológico y en de las ideas. Un tipo de batalla capaz de destruir al hombre espiritualmente, aún cuando conserve la salud física.

Entramos decididamente en un mundo en el cual el caos puede llegar a multiplicarse por el caos. Aprender a sobrevivir en ese ambiente no significa de manera alguna aceptarlo como algo natural sino prepararse para tener cada vez mayor voluntad de resistir y actuar con más espíritu vigilante.

Sin duda, los resultados del test del terror no fueron del todo favorables para las fuerzas anticristianas. Pero también es verdad que tenemos por delante un camino arduo, lleno de celadas e imprevistos. Saquemos las necesarias lecciones para la causa de la libertad. Más allá de las vicisitudes de la hora presente y de circunstancias futuras, la promesa de la Santísima Virgen en Fátima, Portugal, en 1917, es sin duda un motivo de luminosa esperanza: "Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará".