Abr., 2000: Revista Guaracabuya, Internet. Abr. 17, 2000: Newsgroups soc.culture.cuba, soc.culture.latin-america, chile.soc.politica, es.charla.religion,it.politica.cattolici Abr. 19, 2000: Diario Las Américas, Miami

La Corona de Espinas y Cuba

por Gonzalo Guimaraens

Todos los viernes de Cuaresma, en la Catedral de Notre-Dame de Paris, es tradicionalmente expuesta a la veneración pública la Corona de Espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Exiliados cubanos residentes en la capital francesa y amigos de la causa de la libertad de Cuba hemos estado presentes para rezar ante esa santa reliquia pidiendo a Dios, por medio de su Santísma Madre, que la otrora "Perla de las Antillas", hoy transformada en una gigantesca isla-cárcel comunista, alcance cuanto antes la tan anhelada libertad.

Narra San Juan Evangelista que los soldados romanos, en la noche del Jueves Santo, se burlaron de Jesucristo y de su reinado colocándole un manto púrpura y una corona de espinas (S. Juan 19, 2). Aquello que hoy se venera en Notre-Dame es esa misma corona, que consiste en un círculo de juncos tejidos de 21 centímetros de diámetro. Originariamente la corona tenía incrustadas largas y duras espinas. Pero con el correr de los siglos éstas fueron, una a una, siendo enviadas a Catedrales de diversas partes del mundo, donde son objeto de veneración por parte de los fieles.

En los primeros siglos, la Corona de Espinas y los instrumentos de la Pasión permanecieron en la Basílica del Monte Sion, en Jerusalem. A ellos se refiere San Paulino de Nôle en sus escritos, ya en el año 409. En 1053, dichas reliquias fueron transportadas a la capilla imperial de Bizancio, para protegerlas de robos y saqueos como los ocurridos en el Santo Sepulcro.

En 1238, Balduino de Courtenay, un emperador latino que entonces gobernaba Bizancio y pasaba por dificultades económicas, decidió enviar las reliquias a los bancos de Venecia, depositándolas como garantía de créditos que le fueron concedidos. San Luis Rey de Francia, al enterarse del hecho, cubrió inmediatamente los créditos del emperador de Bizancio, adquiriendo las reliquias con el objetivo de llevarlas a Francia. En 1239, San Luis recibe solemnemente las Santas Reliquias en Paris, y manda hacer una maravillosa iglesia-relicario en estilo gótico, con vitrales no menos maravillosos: la Sainte Chapelle o Capilla Santa.

Cuando en 1789 comienza la Revolución Francesa y se desata la furia anticristiana -con la destrucción de iglesias, la decapitación de religiosos y fieles, la mutilación de imágenes y la quema de objetos sagrados- las Santas Reliquias pudieron ser rescatadas de la barbarie y colocadas en lugar seguro. Pasado el vendaval revolucionario, la Corona de Espinas, junto con un clavo de la Pasión y un trozo de la Cruz fueron confiadas al cuidado del Capítulo de la Catedral de Notre-Dame de Paris y colocadas bajo la vigilancia de los Caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalem. Hasta hoy, cada viernes de Cuaresma, son los miembros del Capítulo quienes presentan la Corona de Espinas a los fieles y son los Caballeros, con sus bellos trajes de ceremonia, quienes la custodian.

La veneración a la Corona de Espinas no podía ser más actual para todos los que luchamos publicitariamente por la libertad de Cuba. Con esa corona y con el manto de irrisión quisieron los verdugos colocar en ridículo y desprestigiar irreversiblemente a Jesuscristo. Pero no lo consiguieron. Supo él sobreponerse a esas y otras humillaciones a las que fue sometido con una determinación y nobleza de espíritu que marcó la Historia para siempre. Debemos seguir ese ejemplo del Divino Maestro, que enfrentó con grandeza las adversidades y las tentativas del ridículo, resistió a las burlas y escarnios y nos enseñó que nada es ridículo, cuando está en la línea de la verdad, la virtud y el bien.

Hoy, a propósito del doloroso sesgo que van tomando los acontecimientos en torno del caso de Eliancito González Brotons, voces de izquierda del mundo entero se apresuran a mofarse del exilio cubano y de los anticastristas, apostando a que éstos salgan tan desprestigiados de dichos episodios, que su considerable influencia en los Estados Unidos y en otros países entre en declinio. La causa de la libertad de Cuba es una causa justa y está enteramente en la línea de la verdad, la virtud y el bien. Por lo tanto, debemos tener la plena convicción de que el Divino Salvador, por medio de la Virgen de la Caridad del Cobre, de manera superabundante y tal vez inesperada, dará a esta noble causa la victoria.

El Hermano Victorino de Lasalle -un francés que ejerció durante décadas su apostolado en Cuba hasta su expulsión el 22 de febrero de 1961, y cuyo proceso de beatificación podrá ser introducido en breve- escribió en la parte posterior de una estampa de la Virgen de la Caridad del Cobre una oración que viene a propósito en la actual coyuntura histórica: "Amada Virgen de la Caridad, Madre de los Cubanos, yo te veo llorar por cuanto sufren y han sufrido tus hijos. Madre querida, la prueba es dura y larga. Basta ya de penas, de lágrimas, de separaciones... Ten compasión de tu pueblo que tanto te quiere. Oye nuestras súplicas. Aplasta pronto la cabeza de la serpiente roja que atormenta a la Patria, y te prometemos hacerla mejor y mas cristiana".

Gonzalo Guimaraens es analista político, experto en asuntos cubanos.

E-mail: GGuimaraens@altavista.net